martes, 8 de julio de 2008

Ascensoristas


Son raza extraña esa. Aparte de ser una raza en extinción, claro. Salvo que uno se meta a edificios en el centro de Santiago, es difícil ver en estos días un ascensorista. Y como yo vivo y trabajo en el centro, soy de las privilegiadas. A estas alturas, es como trabajar en un zoológico con tigres albinos, ¿no?


Me he preguntado si existirá algún gremio que los reúna. Algo así como "Agrupación de Ascensoristas de Santiago Centro" (la AASC), con sede social y todo. Bueno, puede que haya existido en algún momento. Ahora con tan pocos miembros, podrían hacer sus reuniones en un ascensor.


En el edificio que trabajo, hay ascensoristas. No uno. Dos. Ambos con su correspondiente sillita, claro está. Hay uno que se viste especialmente para la ocasión. Impecable terno negro de cuatro botones, corbata anaranajada, y camisa blanca. Como para matrimonio. Claro que se le va a las pailas la elegancia cuando se pone a matutear y aparece con un pote de miel, que deja sobre su sillita, con un cartel de "$2.500 el kilo". El otro ascensorista es de los antiguos. De esos que usan cotona azul, y en invierno, un gorro. Su mayor fuente de conexión con la realidad son los diarios gratuitos que reparten en el Metro, y que los oficinistas generosos les dejan en las mañanas. Algunas incluso, les pasan Las Últimas Noticias, así que saben de farándula y noticias nacionales. Además son expertos en puzzles. Menos mal que nadie les ha llevado El Mercurio, porque ahí sí que no cabemos.


Hace un tiempo estuve en otro ascensor, antiguo, que incluso tenía un cartel en bronce al interior que decía "Se ruega a los caballeros sacarse el sombrero". Tal vez lo más llamativo de todo es que el ascensor era ínfimo, muy estrecho. Con suerte cabían cuatro personas. Y el ascensorista.


Recuerdo un ascensorista que trabajaba en los Juzgados del Crimen en Avenida España. Era un edificio de 5 pisos, y el ascensor era bastante dudoso. Pero más dudoso era el ascensorita: un viejo sentado en una silla de fierro, con un gran cojín, y que estaba todo el día limpiándose las manos con un huaipe. Tal cual.


Lo que más me llama la atención de esto es que, actualmente, todos los ascensores son con botones. No tienen ya una manivela que había que operar con extrema destreza para que el ascensor parara justo en un piso y no quedara la máquina a mitad de camino. Ya casi no quedan ascensores con reja exterior (el edificio de los Juzgados Laborales de Compañía vendría siendo de los últimos), y aun así no se necesita un curso de perfeccionamiento para abrirla. A pesar de que los ascensores en los cuales aún hay ascensoristas son usualmente antiguos, tengo la impresión de que los individuos en cuestión no tienen cursos de primeros auxilios, y serían absolutamente incapaces de atender un parto de urgencia en caso que una embarazada quede atrapada (junto con el ascensorista) en un elevador. Tampoco es que anden con una cajita de herramientas como para arreglar algún desperfecto en el camino. No, ellos solo aprietan botones. Y dan información respecto de los ocupantes del edificio. Claro, en ese sentido, son un excelente correo de las brujas. Entonces... ¿por qué siguen habiendo ascensoristas?

Tal vez es un dejo de nostalgia que nos queda.

3 comentarios:

montt (el que no dibuja ni palitos) dijo...

El oficio del ascensorista figura entre los primeros lugares de varios de mis escalafones (sí, de esos míos personales).

Figura, sin lugar a dudas dentro de los top ten de las ocupaciones más aburridas que un ser humano puede ocupar (por detrás de los peajistas y los difuntos cajeros humanos del primer intento modernizador de las micros amarillas).

Figura, también, dentro de los oficios más denigrantes del mercado laboral. No queda en primer lugar porque al guardia de museo no le proveen - en muchos casos - de una silla (y porque el guardia de museo se lleva los laureles del oficio más aburrido).

Y no conforme con eso, dentro de las ocupaciones más inútiles del presente. La familiariedad del gentío con la tecnología ya hace que un ascensor no sea un artefacto temible... hasta sería más útil que capaciten a los ascensoristas para que asistan a los aterrados transeúntes en delirios seniles que temen usar las escaleras mecánicas. Ahí sí, por fin podrían dejar de tener los ascensores en ese estado de desagradable pulcritud que los hace oler constantemente a cera.

* dijo...

Qué buen post. La otra vez acompañé a una amiga a un edificio del centro, y entre varios ascensores esperamos a uno en específico, su favorito por el ascensorista que hablaba con la gente y comentaba de actualidad con un diario enrollado bajo el brazo. Lamentablemente el ascensor iba tan lleno -al parecer era el favorito de todos- que el caballero, en su exceso de trabajo (dígase parar en todos los pisos) no entabló conversación alguna con los usuarios.

Saludos.

Pez

http://pez.bligoo.com

El que no aporta dijo...

A mí lo que siempre me ha intrigado es por qué se llaman ascensores y no descensores. Porque también bajan, ¿no?