Triste es darse cuenta que el tiempo pasa y no en vano. En realidad el tema de las arrugas y las canas no me preocupa en lo absoluto. De hecho creo que ambas se pueden llevar con bastante dignidad, así que no tengo problema, yo siempre digna hasta el final.
Pero hay otras cosas que no puedo mirar con tanto optimismo.

Si hago un breve recuento de mi historia alérgena (esa palabra siempre me ha sonado como mal acentuada, pero para qué discutir con la RAE, cierto?) podría decir que tuve una infancia bastante feliz, sin alergias ni asma ni nada de esas cosas que te permitían eximirte de hacer gimnasia por un par de meses al año.
Estuve con muchos gatos, me picaron abejas en innumerables oportunidades, dormí largas siestas directamente sobre el pasto o sobre cualquier alfombra lo suficientemente limpia, me metí a habitaciones llenas de polvo y jamás, JAMÁS tuve alergias.
Como a los 25, pololo-futuro-marido llegó con un gato de regalo a nuestro hogar. Al comienzo tuvimos una relación distante (con el gato) pero a los días me encariñé con la bestia (nuevamente, estoy hablando del gato). Pero no pasó ni una semana, y el cuerpo reclamó efusivamente y me pasé dos días estornudando ininterrumpidamente, con los ojos hinchados, y sin poder levantarme de la cama. Tuvimos que despedir al gato, que había pasado de Marx a Marxela por nuestra total ignorancia de la anatomía felina, y desde entonces, nada fue como antes. Año tras año, los síntomas (y agentes alérgenos) aumentan. Este año le lleva tos, estornudos, leve deficiencia
respiratoria y afonía. Sumémosleque estos síntomas se repiten con gatos y con polvo. Y que la última vez que me picó una abeja terminé con el brazo del porte de una sandía morada, y en la clínica.

Pucha, el post quejoso.
Pero es que la maldita primavera me tiene así....